Esta singular crónica íntima de nuestra historia evidencia cómo cada prócer de la Independencia tuvo su estilo. O’Higgins era propenso a la intriga, Carrera un narcisista impetuoso y Manuel Rodríguez un espíritu desbocado, el idólatra habitual de la acción clandestina. Lo sorprendente es que ese estilo de cada cual se correspondía con su propia estrategia entre las sábanas: O’Higgins mantuvo oculta a su amante durante años y Carrera fue sorprendido más de una vez en casas y camas ajenas. Rodríguez, por su parte, era asiduo a la parranda y el trasnoche “depravado”, según lo calificaban las autoridades realistas, que hacían una especie de paralelismo interesado entre las pretensiones subversivas de los patriotas y su estilo en la intimidad.
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