Las aguas bisiestas, hijas del calentamiento global y la estulticia, se congregan tardías. A veces, en devastadora avalancha; otras, vueltas un hilo delgadísimo aunque capaz de ocasionar sangrientas disputas. En un futuro –tenido por remoto pero que nuestra desmesura acerca día a día–, estas aguas serán las últimas. Y en el ruido de sus cada vez más escasos borbotones, se apagará una utopía que deviene en distopía: las despiadadas guerras por el agua.