La desaparecida localidad de Atlas, a pocos kilómetros del puerto más importante del Pacífico, acogió hasta 1892 a una población flotante de casi tres mil inmigrantes de
doce nacionalidades, sirviendo de residencia temporal y epicentro de trámites aduaneros. Como una pequeña república, poseía su propia divisa y banco universal, una
capilla ecuménica, diversas oficinas consulares, su propia estación de tren y, en los días de auge de la fotografía post mortem, su propia médium: la joven Abigail Clayton,
quien, a través de su cámara de fuelle y la técnica del ambrotipo, recibía mensajes de los cadáveres que retrataba.