“La mujer, desde siempre y afortunadamente para siempre también, posee características fascinantes de las que el varón, ostensiblemente, carece. Nosotros los hombres (escribo desde lo que siento y creo) somos más bien planos, simples, de pensamiento dirigido. Y, sobre todo, estrecho. Por supuesto, dejamos aparte las excepciones. Que las hay y muchas. Casi con justeza, por los cientos de siglos en los cuales el popularmente denominado “macho” ha sido proveedor, su ADN ya lo ha caracterizado con una personalidad estructurada, rígida y asaz poco atractiva. En cambio, la mujer es dúctil. Ella fluye como arena entre los dedos. Se adapta, se corrige sola, se mimetiza. La mujer sabe esperar, tiene sapiencia y goza de un instinto superior para detectar tanto el peligro como la perversidad y el mal, en todas sus manifestaciones. Pocas veces se equivocan (salvo para elegir marido, en ciertas ocasiones repetidas en la Historia) y su intuición la conduce por los caminos en general más sabiamente escogidos.